Aprovecho la resaca de la final
del Abierto de Australia (o Australia Open para los entendidos) para hablar de
uno de mis grandes referentes en la vida. Sin duda hablo de Don Rafael Nadal.
El tenista, nacido en Manacor, como gran parte de vosotros sabéis, no se ha
caracterizado por un juego fino y elegante como el de otros grandes nombres del
tenis mundial, como Federer o Djokovic, pero la garra y la fuerza que deposita
en cada partido disputado son dignas de una admiración absoluta, no sólo por
parte de los aficionados a este gran deporte, que también, sino por todas las
personas.
Tras la final de dicho torneo,
leyendo en uno de los artículos periodísticos sobre el partido, su autor
describía que la forma con la que Nadal cayó derrotado era la única forma que debía
ser aceptada para no conseguir la victoria, dejándose el alma en la pista, en
cada bola, en cada punto, en cada juego; luchar hasta casi desfallecer. La
derrota duele, pero hay derrotas vergonzosas y derrotas de las que se puede
salir más que orgulloso, y la del domingo 29 de Enero es una de estas últimas.
Si Nadal es el mejor deportista
español de la historia o no es un debate aparte, pero que Nadal debería ser un
ejemplo para la gran mayoría es un hecho. No voy a recordar a nadie todos los
éxitos de Rafa, desde sus torneos más humildes hasta sus títulos de Grand Slam, pero
algo que sí deberíamos tener en cuenta es que si cada uno de nosotros
viviéramos la vida con la décima parte de la energía que entrega en cada partido este ‘’ser’’, porque mucha gente duda de que sea
humano, todos conseguiríamos un mundo mucho mejor.
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